Sagrada Virgen María,
Madre de Dios del Rosario,
Hoy necesito, señora,
De vuestra gracia y amparo,
Para que escriba mi pluma,
Y se remonten sus rasgos,
Pues valido de tu ayuda,
Podrá mi ingenio turbado
Escribir este suceso:
Atención mientras declaro
La historia más verdadera,
Que es la que aquí voy anotando;
Silencio noble auditorio,
Porque silencio le encargo.
En la más noble ciudad
Que calienta con sus rayos
El hermoso sol, que adorna
Con sus resplandores claros,
La más llena de virtudes,
Que en toda España se ha hallado
Que es la ciudad de Jaén,
Timbre de tanto penacho,
Cuyas encumbradas torres
Compiten con lo mas alto;
En áquesta dulce patria,
En este, pues, deleitado
Jardín, que siendo de damas,
Nació una dama, que el garbo
De las mujeres se lleva,
Por lo hermoso y lo bizarro:
Es hija de un caballero
De lo mejor, que se ha hallado
Por su virtud, y nobleza,
Es el noble Don Francisco
De Figueroa, y de Prados,
Su mujer Doña Isabel
Cabrera Vargas Quebrado:
Dejemos en este punto
A sus padres, solo paso
A decir de esta doncella,
Que atrás queda declarado,
Que apenas llegó a tener
Tres lustros, o quince años,
Le disparó el Dios Cupido
Una flecha con su arco
De amor, que al corazón llega,
Teniéndolo traspasado,
Por mano del más galán,
Mas discreto, mas bizarro
Caballero, que se halló
En todo el Reino nombrado;
Su nombre referiré,
Que es razón el declararlo,
Que no diga mi auditorio,
Lo más sustancial del caso
Se ha quedado por decir,
Si su nombre no declaro.
Don Francisco del Castillo
Es aqueste amartelado,
Que enamorado, y rendido,
Está entre amores extraños,
Que a su corazón combaten,
Y en amor se esta abrasando.
Y en fin dispuso una noche,
con grandísimo cuidado,
el ir a ver a esta Dama,
por ver si puede a sus rayos
mitigar tantos ardores,
y darle a su amor el pago.
Apenas oyó las once
De la noche, con cuidado
De finas armas se viste,
Se pone coleto, y casco,
Su montera de rebozo,
Un calzón de ante estimado,
Una media naranjada lleva
Y sus zapatos blancos,
Un capote de dos faldas,
Y en su cintura ha colgado
Un trabuco, y dos pistolas,
Un estoque toledano,
Un broquel de acero lleva,
Que no lo resiste un mármol;
Sobre sus hombros se ha puesto
La capa, con que ha quedado
Armado graciosamente,
Y luego llamó un criado,
Y le hizo, que se armase,
Tan bien, o mejor que el amo.
Salieron ambos a la calle,
Como rayos, y desde que llegan
Al sitio, Don Francisco se ha bajado al suelo, y alzó una china,
Y al balcón se la ha tirado..
La dama, que está en aviso,
Y por su amante aguardando,
Abrió el balcón como un trueno
Estas palabras hablando:
Señor, seas bienvenido,
Como has sido deseado,
Vete al jardín, caballero,
Que allá os estoy esperando,
Que en este sitio no puedo
Daros, señor, mi descargo,
Y sin detenerse un punto
Se partió al jardín volando,
Desde que al postigo llegó,
Vió que estaba entornado,
Abrioló, y antes de entrar,
Así ha dicho a su criado:
Que le aguarde en aquel sitio,
Y estuviese con cuidado,
Y aquel, que ama, o estima,
Siempre esta sobresaltado.
Entró en el jardín, y vió
Al pie de un verde naranjo,
Un ángel en hermosura,
Un serafin en lo humano,
Una Venus, poco dije,
Una diosa, aquí me paro,
Que con el grande querer,
No ha podido ponderarlo,
Mas es hija de Cupido,
Venus es su primo hermano,
Minerva le tiene envidia
Por hermosa, y mucho garbo,
Y aquella Diosa Almatea,
De ella se ha estado quejando,
Que tributo en la hermosura
Siempre lo ha estado pagando.
Hermosa estrella de Venus,
Cuando yo merecí tanto
Favor como el que me hacéis?
A grande dicha he llegado:
Tuyo he de ser sin remedio,
Si es que merezco tus brazos.
Que me respondes, señora?
Acaba ya a un desdichado
De darle el si, porque está tan herido, y lastimado de tu amor,
Que ya no puedo y en tu mismo
Amor me abraso.
La dama le respondió,
Estas palabras hablando:
Señor, digo, que soy vuestra
Y estoy pronta a tu mandato;
La ingrata correspondencia,
Será un rigor temerario,
El ausentarse, y dejarme,
Después que hayas gozado
La joya que mas estimo,
Que es mi honor tan puro y casto, que te ausentes, Y me olvides, obrarás, como villano.
Esto, que oyó el caballero,
Dijo, metiendo la mano en el pecho, y de el sacó un crucifijo enclavado, y le dice: yo te juro por este Cristo sagrado, que en mi pecho reverencio, que he de ser tu esposo amado y defender tu hermosura, pues ella me obliga tanto,
Aquí respondió la dama con un cortesano agrado; si es verdad lo que me dices llega y aplaca esos rayos, y mitiga esos ardores, y dale a tu amor el pago.
En fin, gozó aquella flor, quedó marchito aquel árbol, y sin fragancia sus flores, trocados aquellos ramos, quedó la dama gustosa, y el caballero pagado; con esto se despidió porque el alba iba apuntando por ente encumbradas selvas esparce su bello manto.
Se fue el galán, y quedó la dama considerando el gran placer, que ha tenido y lo mucho, que se ha holgado con su amante en el jardín, y esta la noche esperando para volver a gozar de su dueño los halagos.
En fin, gozó el caballero de esta dama los aplausos, solícito algunos días, poco a poco le apagaron los rayos de su hermosura, pues ya le enfadan sus rayos, que el tiempo todo lo acaba, y con un pecho tirano se ausentó de la ciudad, a la señora dejando, sin mirar el gran peligro, ni considerar el daño, que dejaba cometido, y en la dama ejecutado; en fin, pasose a las Indias, que lo tiene deseado.
Doblemos aquí esta hoja, dejémoslo en este estado, que en el segundo romance se dará fin a este caso.